HISTORIAS Y RELATOS VERÍDICOS DE UNA ESPAÑA NO MUY LEJANA
miércoles, 9 de septiembre de 2015
miércoles, 3 de junio de 2015
viernes, 29 de mayo de 2015
EL LOBO SEDIENTO QUE BAJÓ A LA FUENTE
II
EL LOBO SEDIENTO QUE
BAJÓ A LA FUENTE
La promesa
que un día nos hizo papá de llevarnos a Sierra Morena la ha cumplido; a moverlo
contribuyeron nuestros éxitos en los exámenes parciales de Semana Santa.
Después de
un viaje agradabilísimo en tren hasta la estación más próxima y el resto en
fuertes y seguros burros, llegamos, felizmente, a casa de Ramón. Hemos cenado
con gran apetito. Una sopa riquísima con hígado de res, corzo en conserva,
tasajo de ciervo y chorizo de jabalí. De postre, queso tierno de cabra,
elaborado por la señora Antonia, y dulcísima miel.
<<En
las quiebras de las peñas y en los huecos de los árboles>>… la encontró Manuel. Rústicos manjares, pero no he cenado nunca de tan buena gana. Quizá lo
largo del camino y el hambre que traía, pudieron influir. O será que en el
campo las comidas saben mejor.
¿Qué hacemos
ahora? Aquí no podemos salir de noche a jugar. Está obscuro y no se ve. En las
noches de luna y cielo claro, sí. Hoy no.
La atmósfera está densa y anubarrada y amenaza llover.
Estamos en
la primera estancia de la casita, a la vez cocina, portal y comedor. Hace muy
buena temperatura y por la puerta, que da al campo, entra un aire cálido y
aromado. Fuera, se proyecta un chorro de luz de un aparato de carburo, colgado
de un gancho que pende del techo.
¿Leemos?
Leer, no; estamos en vacaciones y no hay que leer. ¿Dormir? Tampoco. Yo no
tengo sueño todavía.
-Recemos el
Santo Rosario a la Virgen de la Cabeza, Reina de estas tierras de Andalucía, y
démosle gracias por haber llegado con bien los caminantes –dijo la dueña de la
casa.
-Por la
señal…
Una vez
terminado el rezo, mi papá y Manuel conversan animadamente. La señora
Antonina tiene sobre sus rodillas a mi hermanita, acariciándola y jugueteando
con ella; le hace hablar por oír su melodiosa voz y ésta le cuenta a su manera
la vida en la ciudad.
El hijo
mayor, José, un mocetón de dieciséis años, ha preparado sobre la mesa unos
cartuchos y se dispone a recargarlos. Sus tres pequeños hermanos y yo le
rodeamos por curiosidad. Yo nunca he visto hacer esa operación: quita el pistón
viejo del cartucho; pone otro nuevo, brillante; luego, echa pólvora con una
medida, coloca un taco y después lo llena de perdigones, balas o postas; una
tapa de cartón y lo rebordea con una maquinilla.
-¿Quieres
que te ayude? –le digo.
-¡No vas a
saber! ¡Mira: lo que puedes hacer es rebordear los que cargue yo! Es muy
delicado cargar cartuchos y no me fío todavía de ti.
Coge la
máquina y la sujeta con una tuerca al borde de la mesa, por la parte inferior.
-¡Así! ¿Lo
ves? Y se aprieta al mismo tiempo con esta palanca.
Quedo
enterado a la primera vez. ¡Ya sé una cosa más!
-¡Oye!, -le
digo, -¿y con esto se matan los lobos?
-Los lobos y
los corzos, las perdices o el jabalí, según es de gruesa la munición. Los conejos y liebres, con perdigones. Las
reses, con postas o balas. Y hay veces que hasta se matan los lobos con
perdigones. Depende principalmente de la
distancia.
-¿Has cazado
tú así los lobos alguna vez?
-¡Sí!...
Verás. Con perdigones le maté. El mozarrón hizo una pausa y luego continuó
mientras echaba la pólvora y los tacos dentro de un cartucho que preparaba.
-Era un día
de los más calurosos del verano. El sol quemaba como lumbre y tostaba las
hierbas y las matas, las pedrizas y las laderas de los montes. En esa época del
año, los regatos se consumen, los charcos se secan y las fuentes de agostan.
Apenas se ve agua por lado alguno. Queda muy poca en los campos que resista el
ardor del sol. Sin embargo, quedan algunas fuentes en lo más escondido y
apartado, donde penetran poco los rayos del sol a través de la espesura del
bosque.
Los animales
silvestres se mueren de sed y acuden a saciarla en esos charcos.
Por el día,
desde el amanecer, se ven concurrir al aguadero tórtolas, palomas torcaces,
perdices y la multitud de pajarillos.
Por la
noche, velados por la oscuridad, van el lobo, el corzo, el ciervo , el jabalí,
la liebre y el conejo, la raposa y el lince, la garduña y el gato montés.
Mi padre y
yo hacemos aguardos en las cercanías, donde nos colocamos al acecho. El aguardo
es una casita de maleza, donde se oculta el cazador. Tiene una ventanita,
chiquitita como una mirilla, por donde se vigila desde dentro y sale el cañón
de la escopeta…
-¿Me vas a
llevar? –interrumpo.
-Sí. Luego,
en su tiempo, te llevaré. Pero déjame que te lo cuente.
Había
transcurrido toda la mañana de aquel d´´ia sin que acudieran más que pájaros
incautos, a los cuales les dejaba ir. A eso de las ocho, cuando apretaba ya
bien el sol, oí cantar un bando de perdices, que no tardaron en aparecer. Iban
a llegar a la fuente y yo preparaba mi escopeta para disparar, cuando irrumpió
a grandes saltos un animal que corría furioso tras las perdices. Éstas volaron,
ahuyentadas, lanzando un graznido de terror: ¡Crag!... ¡Crag!... y yo,
aturrullado, no tuve tiempo de disparar el arma.
-¡Me ha
fastidiado! –Pensé-; ¡un perro de ganado me ha espantado la caza!
El can
corrió husmeando los volátiles, pero no tardó en volver.
-¡Ya está
aquí otra vez ese chucho! -me dije;-; ¡hoy no me deja cazar nada!
Iba yo a
salir del puesto para ahuyentarle, cuando el animal se puso a beber en la
fuente. Le tenía muy cerca de mí, viéndole claramente por el orificio de la
tronera. Reparé bien en él y vi con la natural sorpresa que no era un perro, como
había sospechado antes: era un lobo colosal, que sediento, sin duda, venía
también en pleno día a beber agua.
Disparé con
la carga que tenía en la escopeta, sin darme cuenta de que eran los perdigones,
que había puesto para las perdices. Además no me daba tiempo a poner otra,
porque podía el lobo notar algún movimiento y escapar.
¡Plum! El
animal cayó tendido y dentro de la charca, se incorporó y volvió a caer.
Entonces
salí de mi escondite y fui hacia él. Arrastrando los cuartos traseros, con los
ojos extraviados y fulminando odio y furor, se vino hacia mí.
-¡Muchacho…!
¡Cómo castañeteaba los dientes! Pero yo no me acobardé. Antes que llegara…
¡Plum!, le aticé el otro tiro en la cabeza y cayó rodando por el suelo.
Cuando lo
estaba sacando del barranco, llegó mi padre, que venía a buscarme, y dijo:
-¿Qué has hecho, niño; pero, has matado ese lobo?
-¡Usté verá! ¿Quién lo va a matar sino yo?
-¡Ahora digo
–va y dice- que has hecho más que yo y que todos los pastores y mastines de la
Raña y de Alcudia, que llevamos tras él muchos años sin poderle entrampar! Ese es el lobo
<<Nerón>>. ¡Mírale a ver si tiene una pata anudá!
Lo miré y,
efectivamente, la tenía.
-Sí –le
dije.
-Ese balazo
se lo di yo.
-Fíjate
ahora a ver si tiene la mano derecha desollada.
Lo examiné y
tenía un gran desgarrón en la piel, ya cicatrizado, pero sin pelo.
-¿Lo ves?
¿Lo ves? ¡Si le conoceré yo! –dijo mi padre-. Eso se lo hizo hace dos años en
el cepo grande al querer saltar a nuestro corral. Verás cómo tiene costurones
en el pescuezo y en los costillares. Esos se los han hecho los mastines, que
guardaban de noche los rebaños asaltados. Y también se le debe conocer un tiro
de postas que otro día le di en las ancas.
Y luego,
dirigiéndose al lobo, como si fuera capaz de escucharle, se desató en
imprecaciones a él.
-¡Ya caíste,
mantés! ¡Cuántas ovejas y carneros tendrás a tu cargo! ¿Y la cabrita que me
mataste el año pasado? ¡Ah, bandido! ¿Y el cordero blanco que te merendaste?
¡Hay que avisar a los ganaderos de que ya falleció el lobo
<<Nerón>>! ¡Era el lobo más bandolero y más astuto de la serranía!
¡Cuántos perros de caza y cuántos mastines se ha cargado el mantés! El perro
bueno que le seguía, cuando llegaba a lo espeso… se lo merendaba. ¡Qué gana
tenía Manuel de arrancarte la pellica, criminal! ¡Arrástralo p’acá, que lo
vamos a desollar!
miércoles, 13 de mayo de 2015
La velada
I
LA VELADA
A mí me gustan mucho las historias de animales. Y los cuentos
de hadas, príncipes y enanitos.
Cuando en las noches largas y lentas
del invierno leemos, a solas con papá, le digo:
-¿Por qué no nos cuentas cosas de
lobos?
El calla, como si no lo oyera, y
sigue leyendo, porque quiere que nosotros leamos también.
Con disimulo hago señas a mi
hermanita para que insista en la petición.
Es muy lista y me entiende bien.
-Papá, ¿hay lobos en España?-
pregunta.
-¡Sí hijita, sí!
-¿Y comen a la gente?
-¡No seas bobita, déjame...!
Papá no tiene ganas de conversación,
pero nosotros estamos dispuestos a hacerle hablar aunque no quiera.
-Pues una niña dijo en la escuela que
los lobos son malos.
-Sí que son malos -interrumpo yo-,
pero no devoran a los niños.
-A los niños buenos, no –dice papá.
-Una vez nos dijiste que habían
destrozado un rebaño.
-Y fue verdad.
-¡Pues dinos dónde fue!
-En Andalucía. ¿Tú sabes dónde está
esa región?
-¡No lo he de saber! Eso lo saben
todos los niños de mi Escuela.
-Y Sierra Morena, ¿dónde está?
-Entre Andalucía y Ciudad Real.
-¡Pues ahí, ahí fue! –Dijo papá-.
Pero no creáis que sólo en ese sitio hay lobos en España. Los hay en otras
muchas regiones; ahora que allí es el punto, quizá, donde existen en más
abundancia.
-Y ¿por qué no nos llevas? Los
queremos ver.
-Si sois aplicados y os portáis bien,
esta primavera, cuando lleguen las vacaciones de Semana Santa, tengo pensado
que hagáis una excursión y acaso los veáis.
***
¡Por fin hemos hecho hablar a papá!
Y aunque poco, lo más agradable y
maravilloso que podíamos esperar.
¡Ahí es nada, ir a la región de los
lobos y de los bandidos! Yo he oído hablar de los bandidos de Sierra Morena.
Los niños tenemos un espíritu
aventurero por demás y nos gusta hacer viajes y correrías.
Y cuando tienen asomo de ser
emocionantes, mucho más…
-¿Qué piensas? -interroga papá,
dándome con el codo.
-Estoy pensando en la lección
–replico.
-Estudia, estudia, que si no… no
irás.
-Ya verás cómo estudio mucho para que
estés contento de mí.
-Os llevaré a ver a Ramón y, si
estáis a gusto, os quedaréis unos días con él.
-¿Quién es Ramón? –pregunta mi
hermanita.
-Ramón es un amigo mío –dice papá-,
leñador y cazador. Tiene una casita en el bosque y vive siempre allí. Sólo baja
a los pueblos cuando lleva leña o astiles de herramientas y pieles o caza que
vender. Coge lobos y crías, y va de pueblo en pueblo con ellos a las casas de
los ganaderos y a los Ayuntamientos, que le gratifican muy bien.
Alrededor de su casita tiene un
corral con muchos conejos, palomas y gallinas. También tiene cabritas que dan
leche y ovejitas y corderos blancos.
Su mujer y sus hijos viven allí con
él. La madre cuida la casa, prepara la comida, hace el pan, lo cuece en el
horno, da de comer a los pollitos y lava la ropa en un arroyo cercano, por
donde corre el agua pura y limpia que baja de la sierra.
Los hijos, desde pequeñitos, aprenden
a trabajar. Guardan los animales domésticos y cuidan del huerto. Sí. Tienen
también un huerto inmediato a la casa, con muchas flores, árboles frutales y hortalizas.
Además, los niños dan lección por la
noche. Son muy listos y saben muchos cuentos y leyendas. Sus padres les enseñan
a rezar y a leer lo que ellos saben y para ellos lo son todo: sus maestros, sus
amigos y sus camaradas.
Por el día, mientras juegan, dibujan
en las piedras de las montañas y en las arenas de los ríos. Y lo que sus padres
no pueden enseñarles lo aprenden ellos por sí solos en la sabia naturaleza, que
es la mejor maestra de la vida, porque están siempre en contacto con ella.
Así se crían fuertes y sanos de
cuerpo y espíritu.
Por eso quiero llevaros una temporada
a la soledad de los bosques con los hijos de Ramón, el lañador y cazador
furtivo.
***
Lector:
¡Se me olvidaba decirte quiénes
somos!
Yo soy un niño de diez años, que me
llaman <<José>>.
Sí, << José >>. Tengo mi
nombre, el de un santo, pero nadie me nombra por él.
Soy, según dicen, travieso y malo.
Las maldades que hago yo, no sé si lo son: las ejecuto instintivamente, sin
saber…
No puedo reprimir mis impulsos; ¡qué
le voy a hacer, si las fuerzas del universo me hicieron así! Esto es lo que yo
pienso, pero mi Maestro dice que esto es una gran picardía.
¿Qué por qué soy malo? Pues… Allá va.
Porque me gusta saltar, correr, gritar, no estarme quieto un minuto, porque
prefiero los juegos violentos y aborrezco las tareas que se hacen sentado.
No he pensado lo que seré cuando sea
mayor, pero ha de ser una cosa en que me mueva mucho. Adoro los viajes, me
entusiasma el campo, la montaña, los bosques, el mar…
Me gusta perseguir a los perros,
espantar a los gatos, correr tras las gallinas y alguna que otra vez llego
tarde a la escuela, porque me entretengo en jugar al balón, a las chinas, a la
pelota o al marro, que son juegos que domino mejor que ninguno de mis amigos.
¡Ah! También
salto a la pídola más que ningún chico de mi pueblo, y tengo un peón que me le
juego a bailar con el que quiera.
He de confesar que tengo mal genio;
en cuanto creo que alguien quiere atropellarme, me pego con él. No consiento
que nadie abuse de mí. El otro día <<Caradecofre>> y yo reñimos,
porque quería llevarse más bolas de <<gua>> que las que me ganó… El
salió perdiendo. Comprendo, sí, que no soy bueno.
El Frente de Juventudes me
entusiasma; esos desfiles marciales y guerreros acaparan toda mi atención. Soy
jefe de escuadra y en todas las competencias deportivas siempre sobresalimos,
por nuestro esfuerzo y afán de superación.
Tengo una hermanita de ocho años, muy
guapa y lista; pero es aún más revoltosilla y sagaz que yo. Tiene el cabello
negro y largo, como un manto de azabache, los ojos como endrinas y la cara
blanca, como de alabastro, ligeramente sonrosada. Juega también con los
muchachos y sabe gatear a los árboles para alcanzar los nidos. Habla con una
vocecilla cantarina, como cuando se da un golpe metálico en un cristal. Por eso
le dicen <<Elena>>.
Tiene también un nombre legal: el de
una virgencta; pero, como nadie se lo llama, yo no te lo quiero revelar.
Esto es todo lo que sé decirte.
Aquí tienes, lector, a << José >>
y <<Elena>>.
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